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Emilio Apud, Daniel Montamat y Julio César Araoz evaluaron para surtidores.com.ar el nuevo orden comercial global a partir de las medidas lanzadas por el presidente de los Estados Unidos.
En medio del remolino geopolítico que reavivó el presidente de los Estados Unidos con su regreso al protagonismo internacional, las Estaciones de Servicio argentinas viven tiempos de alerta. Lejos de ser un engranaje menor en la maquinaria económica, hoy se encuentran en la primera línea de impacto de un fenómeno tan complejo como impensado: la guerra tarifaria global. Pero a ese cóctel se le suma un condimento explosivo: la escalada del dólar blue, que ya roza los $1.400, arrastrando tras de sí el peligro inminente de una nueva devaluación monetaria.
Mientras sin aviso previo, los poderosos redefinen las reglas del juego, en cada rincón del país hay un operador que, día a día, intenta sobrevivir vendiendo litros en un mundo que se volvió impredecible. Lo que parecía una pelea de gigantes —con Estados Unidos, China y la Unión Europea como principales actores— ya dejó de ser una pulseada abstracta entre potencias. La disputa por el control de los mercados, los aranceles cruzados y el retroceso de los acuerdos multilaterales comenzaron a sentirse en el precio del petróleo, en el flujo de inversiones y en las decisiones cotidianas que toman los operadores del rubro energético local.
“¿Hasta dónde va a llegar la guerra tarifaria?”, se preguntó Daniel Montamat, exsecretario de Energía, en diálogo con surtidores.com.ar. Y respondió con crudeza: “Si se transforma en una contienda comercial, la economía mundial se va a ralentizar o entrará en recesión. Los precios del crudo y de las acciones ya consolidaron un piso a la baja”.

Ese piso, sin embargo, no siempre se refleja en las mangueras. El sistema de precios local está atado al valor internacional del Brent, pero también al tipo de cambio —con un dólar informal que marca la cancha y condiciona expectativas—, a los impuestos internos, a los biocombustibles y a la política fiscal del momento. El resultado es un cóctel difícil de predecir que pone en jaque a los más de 5.000 puntos de venta que operan en todo el país.
La preocupación ahora pasa por una variable que desvela al sector: la brecha cambiaria. Con una economía sin dólares, un Banco Central debilitado y la Reserva Federal de EE.UU. empujando una apreciación global de su moneda, el impacto es directo sobre el precio de los combustibles. Cada salto del dólar paralelo reconfigura los costos del sector, que depende de insumos dolarizados y afronta sus obligaciones con ingresos que siguen atados al peso. La presión devaluatoria se percibe en los surtidores, incluso antes de cualquier anuncio oficial.
El extitular de YPF propuso un giro diplomático, casi utópico: un nuevo “Acuerdo del Hotel Plaza”, como aquel de 1985 que estabilizó monedas y equilibró el comercio global. Pero reconoce que el escenario actual es mucho más volátil. “China no es Japón. Hoy disputa la hegemonía en todos los frentes”, advirtió.
Julio César Aráoz, también exsecretario de Energía, fue más allá y aseveró que “el mundo asiste al fin de la globalización multilateral”. En su visión, las instituciones internacionales pierden peso frente a una lógica binaria: China y Estados Unidos, cada uno atrayendo aliados a su órbita, redefinen la dinámica global. En ese esquema, países como la Argentina —con problemas de deuda, inflación, falta de planificación energética y un mercado cambiario fragmentado— quedan a la intemperie. “Argentina es un barrilete sin cola”, resume con una metáfora elocuente.
A nivel local, la consecuencia más directa es la volatilidad. El crudo cae, pero no siempre bajan los precios. Y si sube, el impacto es inmediato. Las Estaciones de Servicio deben enfrentar esa realidad con costos dolarizados, salarios en pesos y una demanda en caída. Ya no alcanza con despachar combustible: la rentabilidad depende de cada punto porcentual, de cada ahorro en logística o de cada alianza comercial que logre sostener el flujo de clientes. Y todo eso, con la amenaza permanente de una devaluación que altere por completo los números de la operatoria.
Emilio Apud, asesor energético del PRO, puso el foco en los fundamentos económicos del negocio. “El crudo bajó de 80 a 64 dólares el barril. Eso impacta en las acciones del sector, pero no debería frenar la inversión en infraestructura, como oleoductos o ampliaciones de producción en Vaca Muerta”, analizó. No obstante, aseguró que “el Gobierno podría aprovechar la baja del Brent para subir impuestos o actualizar los cortes de biocombustibles”. Es decir, lo que se gana por un lado, se pierde por otro.
Así las cosas, la incertidumbre ya se instaló en el surtidor. La planificación estratégica es más necesaria que nunca, pero también más difícil de implementar. Los estacioneros ajustan sus operaciones, diversifican servicios —cafeterías, lubricantes, tiendas de conveniencia— y aguardan señales claras desde el tablero global. Pero en sus balances, cada variación del dólar blue y cada rumor de devaluación pesa tanto como una suba del barril de petróleo. En el negocio del combustible, hoy más que nunca, el riesgo no está solo en el mercado… también está en la moneda.
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