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El caso muestra que el éxito económico no garantiza la continuidad empresarial. La organización de roles, responsabilidades y sucesión es clave para que los negocios perduren y crezcan sin conflictos.
Elba y Atilio construyeron un negocio que parecía destinado al éxito: cinco Estaciones de Servicio, un equipo consolidado y un futuro prometedor para la familia. Sin embargo, la tragedia golpeó cuando Atilio falleció. Lo que en principio era una historia de triunfo económico se transformó rápidamente en un conflicto familiar que terminó afectando al negocio. La razón: nunca habían hablado sobre sucesión, roles, responsabilidades ni distribución de utilidades. La falta de comunicación y planificación derivó en divisiones, disputas y, finalmente, en la pérdida del control sobre el negocio que habían construido juntos.
Este caso sirve como advertencia sobre los riesgos que enfrentan las empresas familiares cuando no se anticipan a situaciones críticas. La historia de Elba y Atilio refleja un patrón frecuente: negocios exitosos que colapsan por falta de protocolos de comunicación. Y no se trata de un fenómeno menor. En Argentina, las empresas familiares representan entre el 85 por ciento y el 90 por ciento de las compañías y generan alrededor del 75 por ciento del empleo formal. Sin embargo, solo 7 de cada 100 logran alcanzar la tercera generación, y el 90 por ciento cierra debido a desacuerdos internos.
El Taller de Empresas Familiares, que comienza el próximo 27 de agosto, surge como una respuesta a esta realidad. Su objetivo es brindar herramientas prácticas para que los negocios no solo perduren, sino que lo hagan fortaleciendo los lazos familiares y asegurando la continuidad del proyecto empresarial. La capacitación pone el foco en tres ejes fundamentales: comunicación efectiva entre miembros de la familia, definición clara de roles y responsabilidades, y planificación de la sucesión. A través de ejercicios prácticos y análisis de casos reales, los participantes aprenden a anticiparse a conflictos y a establecer reglas de juego claras que todos puedan respetar.
Una de las herramientas más valoradas en el taller es el protocolo familiar. Este documento establece acuerdos sobre la gestión del negocio, la distribución de utilidades, los procesos de decisión y la sucesión de liderazgo. Su función es doble: por un lado, protege la estabilidad del negocio; por otro, previene tensiones familiares que puedan derivar en rupturas dolorosas. En el caso de Elba y Atilio, la ausencia de un protocolo contribuyó directamente al colapso familiar y empresarial.

El taller también enfatiza la importancia de institucionalizar la empresa familiar. Esto implica pasar de un modelo intuitivo y centrado en los fundadores a un esquema profesionalizado, con estructuras y procesos que puedan sostener el crecimiento a largo plazo. La institucionalización no significa perder el carácter del negocio, sino garantizar que los valores y la visión de los fundadores se mantengan mientras se incorporan reglas que faciliten la convivencia y la gestión.
“La sucesión debe ser un proceso anticipado, con diálogo abierto y acuerdos previos sobre quién liderará la empresa, cómo se distribuirán las utilidades y cómo se resolverán los conflictos. No planificar es planear el fracaso”, sintetiza la historia de Elba y Atilio, que sirve como recordatorio de que incluso un negocio rentable puede desmoronarse si la familia no habla y acuerda sobre lo esencial.
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