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El especialista de Derecho Tributario y Asesor de cámaras de expendedores de nivel nacional, Marcelo Saleme Murad, asegura que con un precio internacional a la baja y un dólar casi quieto, es esperable que la rentabilidad de las Estaciones de Servicio caiga.
En la Argentina la solución a la inflación para bajar los costos de explotación de las empresas nunca ha sido la racionalización del estado ni llevar a cabo una buena política económica que estabilice la economía. La solución ha sido siempre devaluar. Tanto, que los empresarios mismos lo piden como forma de salvar sus crecientes costos.
Muy lejos de resultar un país creíble, en el último siglo la Argentina ha sido el ejemplo del fracaso de un país rico, convertido en pobre por la mediocridad de sus gobernantes. Y nos hemos acostumbrado a ello.
Así entonces, la política económica se ha reducido, invariablemente, a la política monetaria. De allí la capital importancia que se le da a las decisiones del BCRA, cuando en realidad su papel debería ser de segundo o tercer orden, sometido rigurosamente al marco institucional de vigía y auditor del valor de la moneda, más nunca de protagonista central como lo tiene hoy. Ello sin contar con el descabellado intento de convertirlo en custodio de los pobres, como pregonó Cristina Kirchner y su lugarteniente Mercedes Marcó del Pont, quienes desprestigiaron aún más al BCRA y con ello –si era posible- socavaron definitivamente la credibilidad del peso.
Así entonces, con el precio actual interno del combustible ligado al precio internacional del petróleo, para el sector la variación del dólar vuelve a ser un problema central al momento de evaluar la viabilidad de las empresas expendedoras. Porque el Gobierno aparentemente apunta a la recuperación de la competitividad vía baja de la inflación, con un dólar “quieto” o moviéndose muy lentamente, lo cual provoca que muchos digan que el tipo de cambio está “atrasado”. El esquema, que a largo plazo es saludable, produce ciertos “cuellos de botella”, como el actual donde, con un dólar rezagado y costos crecientes, las empresas tienen que resignar indudablemente su rentabilidad y pensar en “pasar el invierno”, en el decir del Ing. Alsogaray.
Recientemente, el prestigioso economista Miguel Angel Broda, en varias notas periodísticas, incluida una en La Nación, afirmó que el dólar debería estar en $22, comparándolo con los tipos de cambio que rigieron en las últimas décadas. Ello sin duda solucionaría el problema de competitividad de las empresas ligadas al sector externo, pero aumentaría seriamente la expectativa de inflación, reiniciando el círculo vicioso.
Las elecciones juegan un rol clave para el precio de la divisa norteamericana, y es claro que antes de ellas no se va a observar ningún sobresalto en su cotización. Pero, más tarde o más temprano, las presiones alcistas –como por ejemplo las del sector agropecuario que no liquida divisas esperando la suba- terminarán por empujar hacia arriba al dólar; pero es claro que el Gobierno prefiere atrasar ese momento lo más posible.
El comportamiento internacional del precio del petróleo, por otra parte, distorsiona el precio interno del combustible, ya que su baja provoca inmediatas pérdidas para el empresario del sector cuyos costos se acomodan a un dólar fijado exclusivamente en base a necesidades fiscales internas (aunque se hable de “flotación”, o términos semejantes), y divorciado de las reales necesidades de la economía.
Las expectativas para 2018 sobre el precio del “oro negro” no son alentadoras, sino que recientemente han variado para peor. Los principales Bancos han recortado a la baja el precio del barril en Brent (por ej. BNP Paribas han recortado hasta en U$S15 por barril el precio, y Barclays en no menos de U$ 5 dólares por barril), habiendo caído ya un dieciocho por ciento (18%) desde que se inició 2017; según lo informado por Reuters recientemente en el Foro Global sobre Petróleo. Es claro que éste panorama sólo varía frente a acontecimientos internacionales graves (v.gr. una guerra).
Mientras la expectativa de inflación se mantenga en el orden del 20 por ciento anual (una locura en cualquier país del mundo pero una buena noticia en una Argentina que viene de niveles peores que los africanos), es de esperar entonces que la rentabilidad del sector, en especial de comercialización, se deteriore seriamente.
Así entonces, con un precio internacional a la baja y un dólar casi quieto, la previsión de fines de 2016 del Ministro Aranguren de que la rentabilidad se mantendría, puesto que en Argentina el combustible “se paga en pesos”, ya no es una afirmación inamovible, y por tanto es esperable que la rentabilidad de las Estaciones de Servicio caiga. Salvo que el Sr. Ministro decida un precio final más “despegado” de la realidad internacional y del tipo de cambio, y más focalizado en las reales necesidades del empresariado local, aunque lamentablemente el aumento del precio del combustible redunde en más pérdida de competitividad de todos los sectores económicos. De allí que se requiere acción inmediata por parte de los representantes –Cámaras y Asociaciones-, quienes no deben permanecer inactivos. Así como, por ejemplo, los representantes del campo exigen medidas ante catástrofes climáticas o variaciones internacionales del precio de los granos, el sector de estaciones se encuentra obligado a prever éstas situaciones y actuar en consecuencia, para no repetir la lamentable historia de los últimos años con el cierre masivo de Estaciones de Servicio.
Dr Marcelo Saleme Murad
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