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Falleció en Roma a los 88 años el pontífice que hizo del cambio climático una causa espiritual y política. Desde su encíclica “Laudato Si” hasta sus últimas declaraciones, dejó una huella verde en la historia de la Iglesia.
El papa Francisco murió este lunes a las 7.35 hora italiana en su residencia de la Casa Santa Marta, según anunció en un videomensaje el camarlengo, el cardenal Kevin Joseph Farrell. Con su partida, la Iglesia Católica pierde al primer pontífice nacido en el hemisferio sur y al líder religioso que puso al cuidado del planeta en el centro del debate moral y espiritual de nuestros tiempos.
Jorge Mario Bergoglio pasará a la historia no solo por su origen, su estilo pastoral y su búsqueda de una Iglesia más cercana a los pobres, sino también por haber denunciado con insistencia el daño ecológico causado por la humanidad. En una de sus últimas intervenciones públicas sobre el tema, volvió a lanzar una advertencia clara y urgente: “El mundo debe abandonar de forma rápida los combustibles fósiles y poner fin a esta insensata guerra contra la creación”.
A lo largo de su pontificado, iniciado en 2013, Francisco consolidó un enfoque que integró la ecología, la justicia social y la espiritualidad. Su encíclica Laudato Si, publicada en 2015, se convirtió en un documento de referencia tanto dentro como fuera del mundo católico. Allí denunció que el planeta “parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería” y llamó a una “conversión ecológica” que transformara el corazón de las personas y las políticas de los Estados.
El compromiso ambiental del Papa no fue simbólico ni meramente retórico. En su mensaje para la Jornada Mundial de Oración por el Cuidado de la Creación, celebrado cada 1 de septiembre, Francisco instó a una transición energética global. Refiriéndose a la Cumbre Climática de la ONU en Dubái, pidió que “escuche a la ciencia e inicie una transición rápida y equitativa para poner fin a la era de los combustibles fósiles”.
En sus mensajes más duros, Francisco apuntó contra el fracking, la deforestación masiva y los “proyectos de megaextracción descontrolada”, a los que responsabilizó del aumento de las temperaturas y de provocar “graves sequías”. A menudo, vinculó estos procesos con la codicia humana, la indiferencia de los poderosos y el consumo desenfrenado que afecta sobre todo a las poblaciones más vulnerables.
Bergoglio no dudó en conectar los efectos del cambio climático con las desigualdades estructurales del sistema económico mundial. “El consumismo rapaz, alimentado por corazones egoístas, está perturbando el ciclo del agua en el planeta”, advirtió. Con ese tipo de afirmaciones, Francisco articuló una crítica que incomodó a gobiernos y corporaciones, pero que fue celebrada por científicos, ambientalistas y millones de creyentes.
El Papa dejó claro que su visión ambiental no era una ruptura sino una evolución: citó con frecuencia a Juan Pablo II y a Benedicto XVI como antecedentes de su propio enfoque. En uno de sus mensajes climáticos más recientes, insistió en que el cuidado del planeta es parte esencial de la doctrina social de la Iglesia y un deber moral de todos los cristianos.
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